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¿Es posible hablar de un “complejo de igualdad” en la salud mental?

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¿Es posible hablar de un “complejo de igualdad” en la salud mental?

Cuando en psicología se habla de “complejo”, se lo hace para referirse a ideas, pensamientos, imágenes o predisposiciones que se encuentran en el inconsciente, y que nos hacen reaccionar de manera impulsiva, “ciega”, ante un estímulo, de acuerdo a tales materiales inconscientes..

Escribir al DR. Mauro Hoy

Cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 10 de diciembre de 1948, aprobó y proclamó la Declaración Universal de Derechos Humanos, se refirió a una igualdad justicialista, y como fruto de esta tendencia, su artículo 1 dice: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Había pasado la mal llamada segunda guerra mundial. Más lejano estaba el eco de Alfred Adler (1.870-1.937), quien ubicaba una realidad que esta declaración no consideró, la de los complejos en el ser humano, los cuales batallan contra la intención utópica de una igualdad judicial.

Por esto, cuando hablamos de “complejo de igualdad”, es para proponer dos aspectos que ni la ONU ni Adler consideraron, en un caso por su motivación anti-belicista (lo que la hace judicial) y en el otro porque se centró más en el sentimiento de inferioridad (o superioridad) inconsciente del ser humano (lo que la hace confrontacional). La propuesta de este “complejo de igualdad” demandará, por lo tanto, una breve definición así como un intento de explicación de sus consecuencias en el campo de la salud mental.

Cuando en psicología se habla de “complejo”, se lo hace para referirse a ideas, pensamientos, imágenes o predisposiciones que se encuentran en el inconsciente, y que nos hacen reaccionar de manera impulsiva, “ciega”, ante un estímulo, de acuerdo a tales materiales inconscientes. Adler estudió este material en función de un contenido por el cual la persona pierde la ubicuidad de su auto-estima, y por ello mantiene en su inconsciente espacios (grandes o pequeños) dominados por un sentir de inferioridad (o de superioridad, generalmente compensatorio).

En el caso de la propuesta de un “complejo de igualdad”, tal como lo diría Casaubon, el personaje de “El péndulo de Foucault”, el individuo podría declarar “soy de una generación perdida y sólo me reconozco si presencio acompañado la soledad de mis semejantes”. Esta expresión ilustra la idea propuesta, pues en este complejo, que como todo complejo psicológico se hallaría en el inconsciente, la persona organiza espacios de su interpretación de la realidad en la forma de sentir que hay otros iguales a ella en lo que es la interpretación de la vida, con lo que realidad y vida se hacen iguales a mi = nosotros viviendo una sola realidad vivencial, con lo que el yo psicológico no ve la diferencia con el otro, y en un proceso de condensación, pierde su identidad, e imita al otro en una inversión de valores, creyendo que “el otro” debe ser “como yo”, por lo que se declara igual al otro, puesto que con la imitación cree afirmar su identidad bajo la ilusión de que el otro le debe más bien tal identidad.

Las dos consecuencias mayores serían: perder la capacidad de admirarse en la sana auto-estima así como perder también la capacidad de admirarse ante la presencia novedosa del otro.  La única ocasión que tenemos de despojarnos de esta circunstancia inconsciente es cuando, conscientemente, amamos, no judicialmente (utopía legalista), sino psicológicamente. En este caso, nos regalamos al otro de manera que somos como el otro en la condición básica del amor psicológico: la pérdida del miedo a la diferencia, y esto cuando reconocemos conscientemente que el otro no puede hacerse daño a sí mismo. 

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